by EDOW | Jan 30, 2021
January 30, 2021
Oro para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado.
Efesios 1:17-18
Amigos, es un honor y de alegría hablarles como líderes elegidos de esta diócesis, para reflexionar sobre lo que hemos aprendido durante el año pasado, dónde estamos ahora y cuáles son nuestras prioridades diocesana en este año que tenemos por delante.
Antes de continuar, déjenme decir que el texto de mi presentación estará disponible inmediatamente después de la Convención. Mientras estoy hablando, creo que sería útil que escribieran lo que resuena para ustedes. Y los invito a compartir sus preguntas y comentarios usando la función del chat. Aunque no pueda responder hoy, sepan que sus ideas son importantes para mí.
Lo que he aprendido caminando junto a ustedes el año pasado es que como seguidores de Jesús, somos un pueblo llamado a la esperanza. Sin embargo la esperanza cristiana, como ustedes saben, no es el producto de una vida fácil. San Pablo escribe en su carta a los Romanos que la esperanza en Cristo es el fruto de un sufrimiento redentor, un sufrimiento que produce resistencia, lo cual produce carácter, lo cual produce esperanza. Esta esperanza, dice él, nos nos falla. Nosotros no podemos construirla ni fingirla. Es la esperanza de Dios que se desborda en nuestros corazones.
Para ser claros, la esperanza cristiana no es un deseo ni optimismo ingenuo. Esta esperanza demanda que veamos el mundo como es, y a nosotros mismo como somos. La esperanza, en ella misma, no es una estrategia o un plan. Por el contrario, la esperanza es una gracia dada a nosotros, una orientación para nuestras vidas y para el mundo que da forma a nuestras estrategias y planes – una persuasión firme de que no importa lo que pase o lo que no pase, Dios es Dios y nada en este mundo puede separarnos del amor de Dios revelado a nosotros en Jesucristo.
A lo que esta esperanza me llama como su obispa, es a una determinación constante de mantener caminando hacia la misión y visión que hemos discernido juntos, tomando en consideración los grandes cambios que hemos experimentado. Aunque la crisis del 2020 consumió muchas de nuestras energías, estoy agradecida de reportar que pudimos cumplir con las metas del plan estratégico para el primer año, lo cual es testimonio de la gracia de Dios, su tenacidad y los beneficios de tener un plan estratégico como meta y guía en tiempos de desorientación.
MIRANDO ATRÁS AL 2020
Tomemos un momento para considerar el pasado año: cuánto ha cambiado, cuánto hemos sufrido, cuán grande ha sido el luto, cuán duro el trabajo y cuán dramáticas las restricciones en nuestros ritmos diarios y nuestras prácticas comunitarias. La lista de dificultades es larga, más larga todavía para algunos más que para otros. Sin embargo, no hay una respuesta para la pregunta: ¿Cómo nos va como diócesis?
Quiero que sepan que los puedo ver en todos sus diferentes contextos. Veo cómo están dando testimonio del Dios de la esperanza en sus vidas y en sus congregaciones – esperanza nacida del sufrimiento, de la perseverancia, del carácter; esperanza que no es el resultado de todo lo que sucedió mientras tenían esperanza, sino, por el contrario, es la esperanza de Dios que ha sido desbordada en sus corazones.
La buena noticia es que la mayoría de las congregaciones de EDOW han atravesado el 2020 muy bien. Ustedes han hecho y están haciendo un ministerio fiel, valiente y creativo. Constantemente ustedes hablan de la gracia que los ha sostenido y de la capacidad de adaptadiòn que no sabían que tenían. Muchas de esas adaptaciones son permanentes. Algunas de nuestras congregaciones, gloria a Dios por eso, están prosperando ahora, con un sentido renovado de energía, madurez espiritual y propósito.
Otros en nuestras congregaciones, sin embargo, aunque han sobrevivido el 2020, enfrentan muchas preocupaciones. La pandemia es, como han dicho muchos, una aceleradora progresiva, lo que quiere decir que si tu congregación estaba en camino al declive, es ahora más probable que ese camino sea más rápido. Ya lo estamos viendo. La Iglesia Episcopal Holy Trinity en Bowie, Maryland, cerró en el 2020, la primera iglesia que ha cerrado bajo mi supervisión. Este cierre fue doloroso y costoso, un proceso agotador que pudo haber sido menos doloroso y quizás ser evitado si como diócesis hubiésemos tenido las herramientas para intervenir.
Para algunos, la pandemia interrumpió o puso freno a iniciativas que estaban en pleno vuelo, lo cual fue muy decepcionante. Al mismo tiempo, la pandemia ha sido lo que nuestros amigos de Unstuck Group llama, una interrupción santa. Como resultado, algunas congregaciones han experimentado la presencia de Cristo de maneras nuevas, con nuevas oportunidades que se abren ante ellas.
Esta es la verdad espiritual a la que aferrarnos: en medio de la crisis, hay oportunidad. Dios está haciendo posible la resurrección. Aunque no podemos negar las realidades que enfrentamos y las duras decisiones que tendremos que tomar en el 2021, Dios nos llama a la esperanza.
Yo me atrevería a decir que todos hemos crecido, no en formas que hubiésemos escogido y nunca lo suficiente como para desestimar el costo, pero nuestro crecimiento en resiliencia y creatividad es real. En el futuro, llevamos ese crecimiento con nosotros. Yo también escucho, de cada rincón de la diócesis, expresiones de gratitud por bendiciones inesperadas, como el maná en el desierto, o los panes y peces compartidos por muchos.
Sin embargo, la fatiga es real. Entre las muchas formas de describir el año pasado, con seguridad la imagen del maratón es pertinente. Dado que el maratón no ha terminado, necesitamos tomar tiempo para nosotros mismos, para otros, y seguir caminando.
En el 2020 el equipo diocesano y los cuerpos de liderazgo redirigieron considerable energía y recursos a ayudar a las congregaciones en este tiempo crucial. Pueden leer un resumen completo en el Reporte Anual del 2020. Más tarde, nuestro tesorero, Jonathan Nicholas enfatizará en nuestras inversiones financieras en ayuda de emergencia y ayuda congregacional.
Sus obispas y personal diocesano estamos aquí para ustedes en tiempos de crisis y transición. Igualmente, aunque no menos importante, también estamos aquí para amplificar y aprovechar sus fortalezas, y para invertir en nuestra salud colectiva. El plan estratégico que lanzamos el año pasado es tal inversión. Al ofrecer claridad y sentido, el plan estratégico nos ha guiado a través de la pandemia, de la ruptura económica, del debate racial y de las tensiones políticas durante el pasado año. Nosotros continuamos siendo una diócesis que busca “fortalecer los dones de todo el pueblo de Dios para servir a Cristo juntos y vivir el Camino del Amor de Jesús.”
PLAN ESTRATÉGICO
Déjenme cambiar de tema al plan estratégico. Como ustedes recuerdan, el plan estratégico tiene tres objetivos – revitalizar nuestras congregaciones para hacer crecer el movimiento de Jesús, inspirar a cada persona al crecimiento en la fe y formar a nuestros líderes para que lideren bien, y colaborar en ministerios de equidad y justicia para impactar mejor a nuestras comunidades. Revitalización, crecimiento espiritual y liderazgo. Equidad y justicia.
OBJETIVO DE REVITALIZACIÓN PARA EL 2021
Trabajaremos con todas las congregaciones en la diócesis con estrategias de revitalización y evaluaciones de salud comunitaria, incluyendo la implementación de la iniciativa Cuidando nuestra Tierra con 12 congregaciones.
Nuestro primer objetivo en el trabajo de revitalización fue articular para nosotros mismos las marcas de una congregación vital – sin importar su contexto o circunstancia – y luego comenzar a crear herramientas de evaluación y estrategias para crecer en vitalidad. Esto lo hemos logrado. En el segundo año, estamos comprometidos a trabajar con cada congregación, con estas herramientas y estrategias.
En el corazón de todos los esfuerzos de revitalización en el futuro están las 7 Signos de Vitalidad para la Salud Parroquial, las cuales han sido identificadas por líderes en toda la diócesis. Estas son:
- Una misión y visión convincentes
- Un camino claro para el discipulado
- Una adoración edificante y abierto a otros
- Ministerios abiertos a todos y que brindan conexión
- Bendición de nuestra comunidad
- Prácticas financieras fieles
- Liderazgo inspirador y capaz
Estos signos pueden servir tanto como auto-evaluación para las congregaciones como una guía para iniciativas estratégicas en el futuro.
Nosotros hemos comenzado a usar estas evaluaciones de los signos vitales con congregaciones en transición del clero y en visitas de la obispa. Estas son el corazón de Cuidando nuestra Tierra, nuestro cuño de revitalización que será lanzado en el 2021.
Revisemos estos signos juntos ahora. Mientras lo hacemos, tomen nota de cuáles de estos signos sientes que necesita ser una prioridad en tu congregación en este año. Vamos a hacer una encuesta anónima por Zoom en unos momentos, así que estén listos.
7 SIGNOS VITALES PARA LA SALUD PARROQUIAL
Una Misión y Visión Convincentes
Una parroquia vital sabe por qué existe. Tiene una visión del evangelio que le habla al poder y ama a Dios, además de reflejar lo que significa para nosotros ser discípulos de Jesús.
Un camino claro para el Discipulado
Una parroquia vital tiene una visión clara de la vida cristiana ayuda a cada uno de sus miembros a tomar el siguiente paso en su vida en Cristo. Esta parroquia guía a quienes son nuevos en la fe cristiana y alimenta la vida espiritual de personas de todas las edades y en todos las situaciones de la vida.
Una adoración edificante y abierta a otros
Una parroquia vital tiene una adoración inspiradora y contagiosa, enraizada en la tradición episcopal, pero a la vez abierta a la exploración de formas diversas en que las personas encuentran a Dios en la adoración. En tiempos de COVID estamos aprendiendo la importancia de una adoración digital edificante. Estas son herramientas que queremos continuar mejorando y llevar con nosotros una vez que la pandemia termine.
Ministerios abiertos a otros y que ofrecen conexión
Una parroquia vital es intencional en su recibimiento a invitados, camina junto a quienes son nuevos en la comunidad, ayudándolos a tomar el siguiente paso en su fe, crea relaciones y se involucra en el ministerio. Una parroquia fital tiene un enfoque hacia afuera y ayuda a quienes no están familiarizados con la adoración episcopal para que se sientan más cómodos.
Bendición de nuestra comunidad
Una parroquia vital es conocida por sus vecinos, a los cuales cuida. Este es nuestro ministerio de servicio, de estar presente para los demás, así como un ministerio de justicia y abogacía, para que aquellos que no sean nunca parte de nuestras congregaciones, estén felices de que estemos aquí y devastados si nos vamos.
Practicas financieras fieles
La sostenibilidad financiera es esencial para la salud de una parroquia, así como las mejores prácticas financieras. Una parroquia vital realiza sus gastos en función de su tienen conversaciones valientes sobre las relaciones saludables con el dinero.
Liderazgo inspirador y capaz
Las parroquias vitales tiene líderes inspiradores y competentes que tienen respeto y afecto mutuos. El liderazgo es compartido y distribuido de acuerdo a los dones de sus miembros. Hay responsabilidad mutua y voluntad para hablar la verdad en amor.
Les pido que tomen la descripción de los signos vitales (lo cual pueden encontrar en el sitio web de la diócesis) y los presenten en la próxima reunión de la Junta Parroquial. Revisen los signos vitales juntos y realicen sus propia evaluación de la parroquia. ¿Dónde es fuerte tu congregación y cómo construir sobre esta fortaleza? ¿Qué tiene que enfrentar tu congregación con relación a algo que la está frenando? ¿En qué área se puede tener los mayores frutos si se invierte en ello?
Le pido a los deanes regionales que lleven los Signos Vitales a las próximas reuniones con el clero y los guardianes para un debate de las fortalezas y oportunidades de crecimientos colectivos, para que las congregaciones exploren esfuerzos de colaboración.
CUIDANDO NUESTRA TIERRA
Déjenme tomarme un momento para describir Cuidando nuestra Tierra, la iniciativa que marca nuestro trabajo de revitalización para los próximos cinco años, hecha posible por el fondo de $1 millón de dólares recibido por Lilly Endowment en el otoño pasado. Cuidando nuestra Tierra nos ayudará a caminar con 36 congregaciones en un proceso de tres años lo cual marcará el camino de la vitalidad parroquial.
Culiando nuestra Tierra proveerla la participación de mentores congregacionales, encuentros de aprendizaje, recursos y oportunidades de colaboración con otras congregaciones para trabajar en los 7 signos vitales. Mostraremos un video promocional y presentaremos el proceso de aplicación para congregaciones más tarde. Ahora es el momento de considerar si tu congregación puede estar lista para esta oportunidad. Estamos buscando 12 congregaciones para el primer grupo, a las cuales le seguirán 12 congregaciones cada año, en los próximos 2 años.
Bajo el tema de la revitalización, me gustaría presentar brevemente sobre la propuesta de Canon sobre la Mayordomía Diocesana y la Vitalidad Congregacional.
Aunque no es parte explícita del proceso de planificación estratégica, ustedes recuerdan que el año pasado la Convención decidió establecer un comité para considerar maneras de ayudar a las congregaciones que experimentan un declive precipitado. El reporte completo del trabajo del comité está en el cuaderno de la Convención. Más tarde escucharemos una actualización de este tema por parte de la Rev. Dra. Sheila McJilton, la presidenta del Comité, y consideraremos la propuesta de Canon en una convención especial durante este año.
Les pido su atención ahora a la segunda y tercera metas estratégicas: inspirar a nuestra gente y formar líderes.
OBJETIVO DE FE Y LIDERAZGO DEL 2021
Ampliaremos la Escuela de Fe y Liderazgo Cristianos y fortaleceremos sus fundamentos
Establecer la Escuela de Fe y Liderazgo Cristianos fue uno de los centros del plan estratégico como catalizador para un discipulado fiel y un liderazgo adaptable. La Escuela está comprometida en ofrecer recursos confiables y caminos de aprendizaje para formar a individuos en la vida bautismal y liderar comunidades de fe hacia una mayor vitalidad.
En el primer año tuvimos un “lanzamiento suave”, en el sentido clásico de construir un avión mientras volábamos, y fue un éxito excepcional. El momento en que nace la Escuela, así como el plan estratégico, parece como guiado por el Espíritu Santo, ya que en este año de restricciones y novedosa flexibilidad debido al COVID, todos necesitamos aprender nuevas habilidades muy rápido. Entonces nos dimos cuenta que podemos aprender juntos. La respuesta de la gente en nuestra diócesis y fuera de ella ha afirmado la necesidad de este tipo de plataforma de aprendizaje y centro de recursos. La escuela ofreció 18 cursos este pasado otoño con más de 700 personas como participantes.
En el 2021 continuaremos fortaleciendo y desarrollando la Escuela, construyendo una fundación fuerte para el futuro. En su completa expresión, la Escuela será un recurso abarcador para individuos y congregaciones en la diócesis y fuera de ella, y una plataforma para que nuestros talentosos maestros amplíen su alcance.
Aquí está mi petición: en algún momento hoy visita la página web de la Escuela de Fe y Liderazgo Cristianos en el sitio web de nuestra diócesis. Mira las ofertas y piensa si alguna podrá servirle a tus líderes o ofrecer alimento espiritual a tus miembros. Busca algo para ti también. Y además si cuentas con algo en tu congregación que está dando frutos, considera compartirlo con otros a través de la Escuela. Estate atento al lanzamiento oficial con un nuevo sitio web, un sistema de aprendizaje y un currículo abarcador el próximo año.
Esto me lleva a la tercera meta estratégica relacionada con la equidad y la justicia.
EL OBJETIVO DE EQUIDAD Y JUSTICIA DEL 2021
Haremos público, comprenderemos, asumiremos y actuaremos con valentía para desmantelar el racismo en nosotros mismos, en nuestras comunidades de fe, en la Diócesis y en nuestras localidades.
Nuestro pacto bustismal es claro en que buscar la justicia no es menos importante en la vida de los critianos que leer la Biblia, orar, crecer en fe y servir a otros. La justicia no es un tema partidario, sino una expresión del amor en la vida pública. Al ser llamados a seguir a Jesús en su camino de amor, estamos también llamados a buscar la justicia y la dignidad de todo ser humano.
Como en otros momentos de cambio en la historia americana, eventos en nuestro país en el pasado verano revelaron profundas inequidades e injusticias raciales, ampliando el movimiento social por la justicia racial. Todo esto animó a una conversación en toda la diócesis sobre nuestro compromiso. Con un consenso amplio, nuestros líderes determinaron que el antirracismo debe ser nuestro primer enfoque dioicesano. Ha sido una prioridad para algunos en la diócesis por generaciones. Ahora es nuestro también.
Otros temas relacionados con la justicia no están perdidos para nosotros — la abogacía y el cuidado de personas que que no tienen hogar o que experimentan la violencia armada, la inseguridad alimentaria, las necesidades de los inmigrantes y el cuidado de la creación. Atenderemos todos estos temas, y toda nuestra vida diocesana, a través de los lentos del racismo y nuestros esfuerzos para desmantelarlo.
Quienes estuvieron presentes en la última noche de encuentro, escucharon la convincente historia de cómo nuestra hermana Diócesis de Maryland realizó el buen y necesario trabajo de reconocimiento histórico sobre la esclavitud y las reparaciones. Es nuestro momento de unir todo lo que sabemos y podemos aprender sobre nuestro pasado y comenzar el trabajo de convertirnos en una iglesia equitativa, comprometida a construir una sociedad equitativa y justa la cual es sueño de Dios para toda la humanidad.
TRANSICIONES EN EL STAFF
Al concluir esta presentación, quiero reconocer que este es un momento de transición significativa en el equipo diocesano. A inicios del año 2020 le dijimos adiós al Rev. Daryl Lobban y al Sr. Don Crane. Ahora celebramos los retiros de la Rev. Sarabeth Goodwin y la Sra. Cheryl Daves Wilburn, así como la elección de la Canóniga Paula Clark como la próxima obispa de Chicago. Hoy honraremos a todas estas personas más tarde.
Aunque es duro decir adiós, esperábamos estas transiciones. Aunque son jóvenes en espíritu, Sarabeth y Cheryl están en edad de retiro. Y siempre supimos que Paula estaba destinada a ser una obispa.
Así que sean pacientes con nosotros en los próximos meses al contar con menos manos para el trabajo, pero sepan que el resto de su equipo de trabajo en la diócesis está profundamente comprometido con el servicio a Dios y a ustedes.
Me complace anunciar oficialmente que el Rev. Andrew Walter asumirá la función de Canónigo del Ordinario, con su foco central en las finanzas, administración y planificación estratégica.
Hemos hecho un llamado para un nuevo Canónigo de Vitalidad Congregacional para complementar el excelente equipo de liderazgo que tenemos en los Canónigos Robert Phillips y Michele Hagans, y la maravillosa Obispa Chilton Knudsen. También estamos buscando a un Misionero de Equidad y Justicia y personas para servir en funciones administrativas fundamentales.
Descansen confiados que están en buenas manos con los Reverendos Jenifer Gamber, Todd Thomas y Yoimel González Hernández, La Venerable Sue von Rautenkranz, la Sra. Mildred Reyes, nuestra nueva Misionera Latina, la Sra. Araceli Ma, la Sra. Kathleen Hall, la Sra. Keely Thrall, el Sr. Peter Turner, el Sr. Kelly Cooper, la Sra. Kimberly Vaughn y la Sra. Lynn Chernik. Un agradecimiento especial a la Dra. Jordan Rippy, quien ha servido como voluntaria este año y al Sr. John Van de Weert, quien generosamente da de su tiempo y sabiduría en la función de Canciller Diocesano. El amor y la dedicación de este equipo es palpable. Por favor, acompáñenme en este agradecimiento.
Los 10 deanes regionales comisionados en la pasada convención también han servidio bien; los Reverendos Peter Antoci, Greg Syler, Melana Nelson Amaker, William Stafford-Whittaker, Linda Kaufman, Rondesia Jarrett-Schell, Dana Corsello, Cricket Park, David Wacaster y Beth O’Callaghan. Su trabajo fundacional de crear relaciones entre los líderes congregacionales tiene el potencial de establecer posibilidades de colaboración transformadora entre nuestras congregaciones. Por favor, busquen su ayuda en el trabajo. Fortalezcan el camino del ministerio compartido para que podamos construir una diócesis con congregaciones florecientes. No estamos llamados a ser islas.
Termino ahora donde comenzó, con la oración de la carta a los Efesios, la cual es mi oración hoy.
Oro para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado.
Efesios 1:17-18
La esperanza a la cual Dios nos ha llamado me permite levantarme cada día, pecadora como soy, para seguir a Jesús y servirles a ustedes, el pueblo de esta diócesis. Juntos encarnamos el amor de Jesús por el mundo. Somos, como dijo San Pablo en la segunda carta a los Corintios, vasijas de barro, para que se muestre el extraordinario poder que proviene de Dios y que no nos pertenece a nosotros.
Mi propio sentido del llamado para este trabajo es fuerte, y me comprometo ante Dios y ante ustedes con todo el esfuerzo de corazón.
Como su obispa, me comprometo a cambiar mi rumbo a Jesús cada día y a invitarlos a hacer lo mismo.
Me comprometo a seguir a Jesús en su Camino del Amor y a invitarlos a hacer lo mismo.
Me comprometo con la misión, la visión y las metas estratégicas que hemos discernido colectivamente, y los invito a hacer lo mismo.
Ustedes pueden hacernos responsables a mí y al equipo dioceesano por las metas que hemos establecido, pero si este trabajo es solo de la obispa y de su equipo, de seguro fallaremos. Yo también necesito hacerlos responsables a ustedes.
Y les pregunta una vez más:
¿Rededicarán su vida a Jesús?
¿Se comprometen al camino de ser la iglesia juntos para ayudar a cumplir los sueños que Dios ha puesto en nuestros corazones?
Si es así, entonces estoy confiada en que Dios, quien ha comenzado el buen trabajo, lo hará hasta su cumplimiento.
Que el Dios de la Esperanza les bendiga y los cuide mientras seguimos a Jesús y su camino del amor.
by Bishop Mariann | Jan 30, 2021
I pray that the God of our Lord Jesus Christ may give you a spirit of wisdom and revelation as you come to know him, so that with the eyes of your heart enlightened, you may know what is the hope to which he has called you.
Ephesians 1:17-18
Friends, it is my honor and joy to address you, the elected leadership of this diocese, to reflect on what we’ve learned in the past year, where we are now, and what our diocesan priorities will be in the year ahead.
Before going further, let me say that the text of my address will be available immediately after the Convention. As I speak, it might be helpful to write down what resonates with you. I welcome any questions or comments you’d like to post using the chat function. While I won’t be able to respond today, know that your feedback is important to me.
What I have learned walking alongside you this past year is that as followers of Jesus, we are a people called to hope. Yet Christian hope, as you well know, is not the product of easy living. St. Paul writes in his letter to the Romans that the hope of Christ is the fruit of redemptive suffering, suffering that produces endurance, which in turn, produces character, which in turn, produces hope. This hope, he says, does not disappoint us. It is not ours to manufacture or to feign. It is God’s hope poured into our hearts.
To be clear, Christian hope is neither wishful thinking nor naive optimism. This hope demands that we see the world as it is, and ourselves as we are. Hope, in itself, is not a strategy or a plan. Rather, hope is a grace given to us, an orientation to our lives and the world that informs our strategies and plans–a firm persuasion that no matter what happens or doesn’t happen, God is God, and nothing in this world can separate us from the love of God revealed to us in Christ Jesus.
What this hope calls me to, as your bishop, is a steady determination to keep going toward the mission and vision we have discerned together, while taking into account the enormity of change we have experienced. While the crises of 2020 consumed much of our energies, I am grateful to report that we were able to accomplish the first year goals of our strategic plan, which is a testimony to the grace of God, your tenacity, and the benefits of having a strategic plan as both touchstone and guide in disorienting times.
Looking Back on 2020
Let’s take a moment to consider the past year: how much has changed, how many have suffered, how deep the grief, how hard the work, and how dramatic the restrictions on our daily rhythms and communal practices. The list of hardships is long, longer still for some than for others. Thus there isn’t one answer to the question, “How are we doing as a diocese?”
I want you to know that I see you in all your varied contexts. I see how you are witnessing to the God of hope in your lives and congregations–hope born of suffering, endurance, and character, hope that is not the result of everything going as you had hoped, but is, instead, God’s hope poured into your hearts.
The good news is that the majority of EDOW congregations have come through 2020 remarkably well. You have done and are doing faithful, courageous and creative ministry. You consistently speak of the grace that has sustained you and the capacity for adaptation that you didn’t know you had. Many of those adaptations are permanent. Some of our congregations, praise God, are thriving now, with a renewed sense of energy, spiritual maturity, and purpose.
Others of our congregations, however, while making it through 2020, which was a triumph, face worrying trends. The pandemic is, as many have said, a trend accelerator, meaning if your congregation was on a path of decline, it is now more likely moving faster on that path. We are seeing that. Holy Trinity Episcopal Church in Bowie, Maryland, closed in 2020, the first church to close on my watch. That closure was painful and costly, a drawn-out process that could have been less painful and perhaps avoided if we, as a diocese, had had the tools to intervene.
For some the pandemic interrupted or halted initiatives that were on the cusp of taking off, which was really disappointing. At the same time, the pandemic has been what our friends from the Unstuck Group call a holy interruption. As a result, some congregations are experiencing Christ’s presence in new ways, with new opportunities opening before them.
This is the spiritual truth to hold onto: in the midst of crisis, there is opportunity. God is in the business of resurrection. While we cannot deny the realities we face and hard decisions we may need to make in 2021, God calls us to hope.
I daresay we’ve all grown, not in ways we would have chosen and never enough to make light of the cost, but our growth in resilience and creativity is real. Going forward, we take that growth with us. I also hear from every corner of the diocese expressions of gratitude for unexpected blessings, like manna in the wilderness, or the loaves and fish shared among many.
Still, fatigue is real. Among the many ways to describe the past year, surely the image of a marathon is fitting. Given that the marathon isn’t over, we need to pace ourselves, take care of one another, and keep going.
In 2020, your diocesan staff and leadership bodies redirected considerable energy and resources to assist congregations in this crucible time. You can read a full accounting in the 2020 Annual Report. Later today, our treasurer, Jonathan Nicholas will highlight our financial investments in emergency aid and congregational support.
Your bishops and diocesan staff are here for you in times of crisis and transition, for assistance with a problem that’s holding you back. Equally, if not more important, we are also here to amplify and leverage your strengths, and to invest in you and in our collective health. The strategic plan we launched last year is such an investment. By offering clarity and purpose, the plan has guided us through the pandemic, economic disruption, racial reckoning, and political tensions of this past year. We continue to be a diocese that seeks to “draw on the gifts of all God’s people to serve Christ together and live Jesus’ Way of Love.”
Strategic Plan
Let me turn now to the strategic plan itself. As you recall, it has three objectives–to revitalize our congregations to grow the Jesus movement, to inspire every person to grow in faith & equip our leaders to lead well, and to partner in ministries of equity & justice for greater impact in our communities. Revitalization. Spiritual growth and leadership. Equity and justice.
2021 Revitalization Objective
We will engage all congregations in the diocese with health assessments and revitalization strategies, including the implementation of the Tending Our Soil initiative with 12 congregations.
Our first objective in the work of revitalization was to articulate for ourselves the marks of a vital congregation–no matter its context or circumstance–and then begin creating assessment tools and strategies for you to grow in vitality. We’ve accomplished that. In this second year, we’re committed to engaging every congregation with these tools and strategies.
Parish Vital Signs
At the heart of all are revitalization efforts going forward are 7 Vital Signs for Parish Health which leaders across the diocese identified.
They are:
- A compelling mission and vision
- A clear discipleship path
- Uplifting and inviting worship
- Welcoming and connecting ministries
- Blessing our community
- Faithful financial practices
- Inspiring and capable leadership
These signs can serve for both congregational self-assessment and as a guide for strategic initiatives going forward.
We’ve begun using the vital signs assessment with congregations in clergy transition and on bishop visitations. They are at the heart of Tending Our Soil, our signature revitalization effort to be launched in 2021:
Let’s review them together now. As we do, make note of which of these signs you sense needs to be a priority for your congregation in the coming year.
7 Vital Signs For Parish Health
Compelling Mission and Vision
A vital parish knows why it exists. It has a vision for the gospel that speaks to the power and love of God and what it means for us to be disciples of Jesus.
A Clear Discipleship Path
A vital parish has a clear vision of the Christian life and helps each of its members take the next step in their life in Christ. It guides those new to the Christian life, and tends to the spiritual growth of all ages and stages of life.
Uplifting and Inviting Worship
A vital parish has inspiring and engaging worship, rooted in the Episcopal tradition, yet open to exploring the many ways people meet God in worship. In the time of COVID, we’re learning the importance of compelling digital worship. These are skills we want to continually improve and take with us when the pandemic is over.
Welcoming and Connecting Ministries
A vital parish is intentional about welcoming guests; it walks alongside those new to their community, helping them to take their next steps in faith, build relationships, and engage in ministry. A vital parish has an outward focus, helping those unfamiliar with Episcopal worship to feel at ease.
Blessing Our Community
A vital parish is known by its neighbors for its care. This is our ministry of service, of showing up for others, and of justice and advocacy, so that those who may never be a part of our congregations are glad that we are here and would be devastated if we left.
Faithful Financial Practices
Financial sustainability is essential for parish health, as are financial best practices. A vital parish aligns its spending with its mission and has courageous conversations about a healthy relationship with money.
Inspiring and Capable Leadership
Vital parishes have engaging and competent leaders who have mutual respect and affection for one another. Leadership is shared and distributed according to the gifts of its members. There is mutual accountability and a willingness to speak the truth in love.
I ask you to take the vital signs description to an upcoming vestry meeting. Review the vital signs together and do your own informal parish assessment. Where is your congregation strong and how might you build upon your strength? Where does your congregation need to address something that’s holding you back? Where might investment in potential yield the greatest fruit? We spend a lot of energy in areas that bear little fruit. It’s time to redirect those energies.
I also ask the regional deans to bring the Vital Signs to upcoming regional clergy and wardens meetings for a discussion of collective strengths and growing edges, so that congregations might explore collaborative efforts.
Tending Our Soil
Let me take a moment here to describe Tending Our Soil, the signature initiative in our work of revitalization for the next five years, made possible by a $1 million Lilly Endowment grant awarded this past fall. Tending Our Soil will help us walk with up to 36 congregations in a three-year process to make headway in parish vitality.
Tending Our Soil will provide participating congregations coaches, learning summits, resources and opportunities to collaborate with other congregations to work on the 7 Vital Signs. We’ll show a promotional video and describe the application process for congregations later today. Now is the time to consider whether your congregation might be ready for this opportunity. We’re looking for 12 congregations for the first cohort, followed by an additional 12 congregations for each of the next 2 years.
Under the topic of revitalization, I’d like to briefly address the Proposed Canon for Diocesan Stewardship and Congregational Vitality.
Though not explicitly part of the strategic planning process, you recall that last year the Convention voted to establish a committee to consider ways to assist congregations experiencing precipitous decline. The full report of the committee’s work is in your Convention Booklet. Later, we will hear an update from the Rev. Dr. Sheila McJilton, the chair of the Committee, and we will consider the proposed canon at a special convention later this year.
I turn your attention now to the second of three strategic goals: to inspire our people and equip our leaders.
2021 Faith and Leadership Objective
We Will Expand the School Christian Faith and Leadership And Strengthen Its Foundations
Establishing the School for Christian Faith and Leadership was a cornerstone of the strategic plan, as a catalyst for faithful discipleship and adaptive leadership. The School is committed to offering trusted resources and learning journeys that equip individuals for baptismal living and lead faith communities into greater vitality.
The first year was a “soft launch,” in the classic sense of building the plane as we were flying, and it was a remarkable success. The timing of the school, as with much of the strategic plan, felt Holy Spirit driven, for in this year of COVID restrictions and newfound flexibility, we all needed to learn new skills fast. We realized that we could learn together. The response from the people in the diocese and beyond has affirmed the need for this kind of learning platform and resource hub. The school offered 18 courses this fall with over 700 people participating.
In 2021, we’ll continue to strengthen and develop the school, building a strong foundation for the future. In its full expression, the school will be a comprehensive resource for individuals and congregations across the diocese and beyond, and a platform for our gifted teachers to broaden their reach.
Here is my request: sometime today visit the School for Christian Faith and Leadership Page on the diocesan website. Look at the offerings to see if any would serve your leaders or offer spiritual food to your members. Look for yourselves as well. Moreover, if you have an offering in your congregation that is bearing good fruit, consider sharing with others through the School. Watch for the official launch, with a new website, learning management system, and comprehensive curricula in the coming year.
This brings to me the third of our strategic goals in the realm of equity and justice.
2021 Equity and Justice Objective
We will bravely uncover, understand, reckon with and act to dismantle racism within ourselves, our faith communities, the Diocese and our localities.
Our baptismal covenant is clear that striving for justice is no less important in the life of a Christian than reading the Bible, saying one’s prayers, growing in faith, and serving others. Justice is not a partisan issue, it is the expression of love in public life. We who are called to follow Jesus in his way of love are to strive for justice and seek the dignity of every human being.
As in other pivotal moments in American history, events in our country last summer laid bare deep racial inequities and injustices, bringing the social movement for racial justice to a crescendo. All this stirred diocesan-wide conversation about our commitment. With broad based consensus, our leaders determined that anti-racism must be our first diocesan-wide focus. It has been a priority for some in the diocese for generations. Now it is ours together.
Other justice issues are not lost to us–advocacy and care for persons experiencing homelessness, addressing gun violence, food insecurity, the needs of immigrants, and care for creation. We will look at all these issues, and all our diocesan life, through the lens of racism and our efforts to dismantle it.
Those present at last evening’s gathering heard the compelling story of how our mother Diocese of Maryland took up the good and necessary work of historical reckoning with slavery and reparations. It’s our turn to gather up all that we know and can learn about our past, and set about the work of becoming an equitable and just church, committed to building an equitable and just society, which is God’s dream for all humankind.
Staff Transitions
As I bring this address to a close, let me acknowledge that this is a time of significant transition on the diocesan staff. Earlier in the year we said goodbye to the Rev. Daryl Lobban and Mr. Don Crane. Now we celebrate the retirements of the Rev. Sarabeth Goodwin and Ms. Cheryl Daves Wilburn, and the election of Canon Paula Clark as the next bishop of Chicago, all of whom we will honor later today.
As hard as it is to say goodbye–and it is really hard– we were expecting these transitions. For while they are young in spirit, both Sarabeth and Cheryl are at retirement age. And we always knew that Paula was destined to be a bishop.
So be patient with us in the next few months, as we’re down a few hands, but know that your remaining diocesan staff is deeply committed to serving God and serving you.
I’m delighted to officially announce that the Rev. Andrew Walter will assume the role of Canon to the Ordinary, with a primary focus on finance, administration, and strategic planning.
We’ve issued the call for a new Canon for Congregational Vitality to complement the excellent senior leadership team we have in Canons Robert Phillips and Michele Hagans, and the wondrous Bishop Chilton Knudsen. We are also searching for a Missioner for Equity and Justice, and persons to serve in key administrative roles.
Rest assured that you are in good hands with The Reverends Jenifer Gamber, Todd Thomas and Yoimel Gonzalez-Hernandez, The Ven. Sue von Rautenkranz, Ms. Mildred Reyes, our new Latino Missioner, Ms. Araceli Ma, Ms. Kathleen Hall, Ms. Keely Thrall, Mr. Peter Turner, Mr. Kelly Cooper, Ms. Kimberly Vaughn, and Ms. Lynn Chernik. A word of special thanks to Dr. Jordan Rippy, who has served in a volunteer capacity with us this year, and to Mr. John Van de Weert, who generously gives his time and expertise in the role of Diocesan Chancellor. The love and dedication of this staff is palpable. Please join me in thanking them.
The 10 regional deans commissioned at last year’s convention have also served us well: the Reverends: Peter Antoci, Greg Syler, Melana Nelson Amaker, William Stafford-Whittaker, Linda Kaufman, Rondesia Jarrett-Schell, Dana Corsello, Cricket Park, David Wacaster, and Beth O’Callaghan. Their foundational work of relationship building among congregational leaders has the potential to establish transformative collaborative possibilities between your congregations. Please lean into that work with them. Strengthen the pathways of shared ministry so that we may build a diocese of thriving congregations. We aren’t meant to be islands unto ourselves.
I end now where I began, with the prayer from Ephesians, which is my prayer for you:
I pray that the God of our Lord Jesus Christ may give you a spirit of wisdom and revelation as you come to know him, so that with the eyes of your heart enlightened, you may know what is the hope to which he has called you.
The hope to which God has called me enables me to rise each day, sinner that I am, to follow Jesus and serve you, the people of this diocese. Together we embody Jesus’ love for the world. We are, as St. Paul says, earthen vessels, so that it may be made clear that this extraordinary power comes from God and does not belong to us.
My own sense of call to this work is strong, and I commit to God and to you my whole hearted effort.
As your bishop, I commit to turning toward Jesus every day, and I invite you to do the same.
I commit to follow Jesus and his Way of Love, and I invite you to do the same.
I commit to the mission, vision, and strategic goals we have collectively discerned, and I invite you to do the same.
You must hold me and the diocesan staff accountable to the goals we’ve set, but if this work is only for the bishop and her staff, we will fail. I need to hold you accountable, too.
And so I ask once again:
Will you rededicate your life to Jesus?
Will you commit to a way of being church together that will help us realize the dreams God has placed on our hearts?
If so, then I am confident that the God who has begun this good work in us will see it through to completion.
May the God of hope bless and keep us all, as we follow Jesus and his way of love.
by Bishop Mariann | Jan 28, 2021
Blessed are those who trust in the Lord, whose trust is the Lord. They shall be like a tree planted by water, sending out its roots by the stream. It shall not fear when heat comes, and its leaves shall stay green; in the year of drought it is not anxious; and it does not cease to bear fruit…
Jeremiah 17:5-10
As we near the end of the first month of 2021, the year we hope to emerge from the pandemic, I’m thinking about resilience, that mysterious spiritual and physical capacity that enables us to persevere and become stronger through adversity.
Countless biblical passages speak of resilience, and coming upon one of them when you need it most is one of the great benefits of a daily practice of reading scripture. For me, the biblical image of a tree planted by water is particularly compelling these days. Jeremiah describes such a tree as not afraid of heat or anxious in drought.
How I want to be like that tree.
In a pastoral counseling course I once took on how to be present with people experiencing hardship, the instructor held up a cross section of a tree trunk with concentric rings revealing the tree’s age. Each ring, as you know, represents one year. Tree rings also show the impact of weather on the life of a tree–thin rings are the result of drought; wider ones of abundant water. A knot represents some sort of trauma to the tree’s system. Taken as a whole, tree rings reveal the capacity of a given tree to integrate such experiences, adjust, and go on.
We then drew our own cross section of a trunk, using concentric rings to tell the story of our lives. We drew wide rings to depict years of abundance, thin ones for years of drought, and knots for the events that marked us. Our teacher then asked what we learned from our struggles that might help us when hardships come again or when we seek to be present with someone else. Being present with another in pain, without rushing to fix, requires faith in resilience, the capacity to make it through hardship and grow stronger as a result.
Someday we’ll look back on 2020 and 2021 and speak of what these years were like. Like trees that have endured trauma, surely this time will leave its mark. But what can we do and what are we doing now to tap into our God-given resilience?
Scripture’s answer is always some version of, “Stay close to God.” Words like “trust” “abide,” “wait,” “remember,” all point us to the power of a relationship that rarely rescues, but always sustains us.
A mentor priest of mine used to say: “God never promises us an easy world in which to live, but rather how to be joyful in the world as it is.” God does not spare us suffering, but gives us what we need to find purpose and strength in suffering. God doesn’t promise us perfect relationships, but instead offers the capacity to accept and love others as God loves us. The Christian life is one of paradox: to live in this world is to suffer, yet in Christ we are given joy. To live in this world is to be subject to the forces of anxiety and uncertainty, yet in Christ, we can know glimpses of peace that surpasses human understanding.
God has placed this amazing, mysterious power of resilience into the very fabric of the created order–in nature and in us. Resilience, one of my teachers in systems theory would say, is nature’s imaginative response to challenge. Resilience enables us to rebound and evolve in the face of external forces that would otherwise threaten our survival. Resilience broadens our repertoire, so that we have options with which to respond to changing circumstances.
When we feel anxious or overwhelmed, it’s easy to forget that God has equipped us with the capacity to withstand and become stronger through trauma. I do not mean to minimize feelings of exhaustion or deny the fact that we are sometimes overcome by forces stronger than we are. But we are often stronger than we realize in our weaker moments. Our tree rings are evidence of that.
There are 11 months left in this pivotal year. As best you can, take care of yourselves and tend to the practices that give your strength. Take time each day, through prayer and dwelling in scripture, to draw from the deep well of divine strength that will see you through. Become the tree planted by water that does not cease to bear fruit. Resilience is God’s gift to you, and yours to the world.
by EDOW | Jan 26, 2021
January 26, 2019
“¡Escuchen!” Dijo Jesús. Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; esa semilla brotó pronto, porque la tierra no era muy honda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte de la semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que la semilla no dio grano. Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció, dando una buena cosecha; algunas espigas dieron treinta granos por semilla, otras sesenta granos, y otras cien. Y añadió Jesús: Los que tienen oídos, oigan.
Marcos 4:1-9
Les hablo hoy sobre el trabajo de convertirse en buena tierra.
En diciembre de 2017, el Obispo Primado Michael Curry invitó a un pequeño grupo de líderes para ayudarle a pensar sobre un tema en su mente. Esto fue seis meses antes de que su sermón en la Boda Real lo convirtiera en el episcopal más famoso del planeta. Pero su sermón no fue noticia para nosotros. El Obispo Curry ha inspirado a la Iglesia Episcopal con su predicación durante años. Desde su elección como obispo primado en 2015, ha sido un avivamiento de un solo hombre, ha viajado por todo el país y el mundo, llamándonos a todos los miembros de la Iglesia Episcopal que renueven nuestro compromiso con Jesús y su evangelio de amor.
El Obispo Primado se describe a sí mismo como nuestro Director General de Evangelismo. Habla de seguir a Jesús con pasión y alegría. A eso es a lo que está respondiendo el mundo: su alegría al seguir a Jesús, incluso cuando se compromete de manera inquebrantable con los temas más desafiantes y controversiales de nuestro tiempo. No tiene miedo de hablar sobre la raza, sobre la prevención de la violencia con armas de fuego, sobre el escándalo de separar a los niños de sus padres en la frontera, pero lo hace, en el contexto de su compromiso de seguir a Jesús en el camino del amor. “La iglesia es un movimiento”, él lo dice cualquier oportunidad que tenga, instándolos a pensar de nosotros mismos como la rama episcopal del Movimiento de Jesús. Cada vez que él dice esto, todos nos animamos.
Pero la razón por la que quiso reunirse en diciembre de 2017 fue que se dio cuenta de que la Iglesia Episcopal estaba, en muchos sentidos, estancada, y que su sola predicación no nos dejaría atascados. Nuestra Iglesia necesitaba un reavivamiento de la fe incrustado en nuestras vidas personales, en nuestras estructuras para el ministerio de la iglesia, y un compromiso hacia el amor enfocado hacia afuera, como Jesús ama a nuestros vecinos, extranjeros y nuestros enemigos.
Así que el Obispo Primado quería hablar de estrategia de evangelismo. Durante dos días, una docena de nosotros oramos y nos preguntamos cómo ser fieles a Jesús y su movimiento. ¿Qué más podría hacer el Obispo Primado? ¿Qué podríamos hacer, no solo para asegurar la supervivencia de nuestras iglesias, sino también para asegurarnos de que nosotros, como pueblo, podamos sentirnos más felices, cariñosos y convincentes en nuestro testimonio como seguidores de Jesús?
Parte del problema, nos dijimos a nosotros mismos, tal vez te has dicho esto, es que los Episcopales, en general, no nos gusta hablar de nuestra fe. En general, no invitamos a nuestros amigos a la iglesia con frecuencia. Y aunque a cada congregación Episcopal le gusta considerarse afectuosa y acogedora, los datos sugieren lo contrario. Reconocimos que, como denominación, podemos ser bastante inflexibles cuando se trata de nuestras preferencias en la iglesia. Nuestras preferencias pueden estar bien, pero comenzar con ellas no puede ser un enfoque fructuoso para el evangelismo. Una y otra vez hemos hablado sobre lo que podríamos hacer mejor, cómo podríamos esforzarnos más.
Finalmente, alguien le preguntó al Obispo Primado cuál era su mayor preocupación. Se quedó callado por un momento. “Mientras viajo por la iglesia”, dijo, “me preocupa que la mayoría de nuestra gente no sepa por sí misma el amor incondicional de Dios. Me preocupa que la razón por la que vacilan en hablar de Jesús es porque realmente no lo conocen. Sé que debemos aprender a ser más acogedores, a defender la justicia y a hacer todo tipo de cosas “, dijo,”pero me pregunto si nuestra gente podría usar un poco más a Jesús.”
Él no recibió ningún argumento de nosotros. No había una persona alrededor de esa mesa que no necesitará un poco más de Jesús, incluyéndome a mí. Me encontré pensando en un pasaje que acababa de leer en un libro del pastor Metodista Adam Hamilton sobre el poder del Espíritu Santo: “Creo que muchos cristianos viven vidas deficientes en el Espíritu”, escribe, un poco como alguien que está privados del sueño, privados de nutrientes o privados de oxígeno. A muchos cristianos no se les ha enseñado sobre el Espíritu, ni se les ha alentado a buscar la obra del Espíritu en sus vidas. Como resultado, nuestras vidas espirituales son un poco anémicas al tratar de vivir la vida cristiana por nuestro propio poder y sabiduría. Sé lo que es tratar de vivir la vida cristiana con mi propio poder y sabiduría. Puede ser agotador.
Al final de nuestra reunión, el Obispo Primado nos dijo que quería pasar el resto de su mandato ayudando a los Episcopales a experimentar el amor de Dios, y profundizar nuestro compromiso de seguir a Jesús en los caminos del amor. Dijimos que queríamos ayudar. El círculo pronto se hizo más amplio para incluir a muchos maestros y escritores talentosos en la Iglesia Episcopal. De esta rica colaboración nació El Camino del Amor: Prácticas para una vida centrada en Jesús. (DIAPOSITIVA) En la Convención General de la Iglesia Episcopal el verano pasado, el Obispo Primado le pidió a cada Episcopal que adoptará el Camino del Amor como nuestra regla personal de vida.
No hay nada radicalmente nuevo en el Camino del Amor. Es un replanteamiento suave de las antiguas prácticas espirituales que han formado a la iglesia desde sus primeros días y nos remite a las promesas hechas en nuestro bautismo. Son prácticas que nos ayudan a recordar que la iglesia no es un edificio, sino que es una reunión de personas que experimentan a Dios a través de la presencia espiritual y las enseñanzas de Jesús y han elegido seguirlo en sus formas de amor por el mundo. Cada uno recibió una pequeña tarjeta con las prácticas descritas en el interior. Deben virar, aprender y orar; adorar; bendecir y emprender, y finalmente reposar.
El Camino del Amor es la invitación que nos hace el obispo primado para invertir en nuestro crecimiento espiritual y asegurarnos de que todo lo que hacemos como Iglesia Episcopal está arraigado en una relación de amor con Jesús. Nuestra diócesis fue la primera en el país en ofrecer recursos litúrgicos para explorar el Camino del Amor como parte de la adoración del domingo, que cuenta con casi treinta congregaciones en la diócesis que han ofrecido o están ofreciendo ahora.
¿No sería asombroso si todos nos enfocáramos en las prácticas espirituales básicas, creciendo en nuestra relación con Jesús y en el amor por los demás, de manera regular, como parte de lo que significa ser una iglesia? Hay muchos para hacer esto: pueden leer en pequeños grupos el último libro de Obispo Curry, The Power of Love (El Poder del Amor), esta Cuaresma o en otro momento, copias del cual tenemos a la venta en la mesa de El Camino del Amor. La parroquia de San Albano está organizando un retiro de un día, Viviendo el Camino del Amor el 16 de marzo, y otros son bienvenidos. Iglesia del Buen Pastor, Silver Spring ha pedido a siete miembros que reflexionen en profundidad sobre una de las siete prácticas. Las posibilidades son muchas, y hay un gran y creciente grupo de recursos espirituales que continuaremos seleccionando en el sitio web diocesano.
Ha este tiempo el próximo año que viene, nuestro Director General de Evangelismo será nuestro predicador en la Convención, y él liderará un avivamiento diocesano la noche anterior. Estoy segura de que el evento será lo suficientemente convincente como para que invitemos a nuestros amigos. Pero seguramente también queremos invitar a esos mismos amigos a visitar nuestras comunidades alegres, saludables y convincentes de fe. Practicar el Camino del Amor juntos es solo una manera en que podemos trabajar para cuidar la tierra espiritual de nuestras vidas y nuestras congregaciones. Luego, cuando otros nos pregunten qué significa ser un Cristiano Episcopal, no sólo podemos señalar al Obispo Primado, sino que también describimos cómo nosotros, como comunidades y discípulos individuales, estamos caminando en el camino del amor de Jesús.
Hay otras formas en que podemos cuidar nuestra tierra. Una de las razones por las que quería que escucharan a Nancy Beach es porque el tipo de relación de salud y alineación entre los líderes de la congregación que ella describe es fundamental para todo lo que hacemos. En la medida en que el liderazgo congregacional sea saludable, los ministerios pueden prosperar, incluso en las circunstancias más adversas. A la inversa, en la medida en que nuestro liderazgo esté languideciendo o en conflicto y nuestras relaciones estén tensas, los ministerios disminuyen, sin importar cuánto trabajamos en ellos. Todos tenemos espacio aquí para el crecimiento y mejoramiento; ninguno de nosotros, me atrevería a decir un “diez” en todas las áreas de la salud congregacional. Estas son conversaciones importantes para tener, honestamente y con coraje. Y nosotros, su personal diocesano, estamos aquí para ayudarlos.
¿De qué otras maneras podemos cuidar a nuestra tierra? Aprendí hace mucho tiempo como sacerdote de una parroquia que las congregaciones espiritualmente sanas y con muchos recursos son más felices y divertidas de ser parte de las congregaciones en conflicto, con dificultades o con pocos recursos. Hemos gastado mucha energía en los últimos trabajos dirigidos a los recursos de las congregaciones, y ese trabajo de mantenimiento de la tierra continuará. Es el ímpetu impulso de todos nuestros esfuerzos de colaboración, el establecimiento del diaconado, las becas de crecimiento congregacional, la colocación de pasantías para nuevos sacerdotes, el comité de recursos financieros y la inversión en personal diocesano que puede ser de ayuda concreta en tiempos de transición de liderazgo, el cultivo de nuevas oportunidades de ministerio, y el cuidado congregacional.
Desde el comienzo de mi episcopado, mi vocación principal ha sido fortalecer la vitalidad espiritual y la capacidad estructural de nuestras congregaciones. He dedicado mi vida a este trabajo porque, como usted, amo a la Iglesia Episcopal y no creo que el declive institucional, o incluso el mantenimiento, sea el futuro preferido de Dios cuando tenemos mucho que ofrecer. La Iglesia Episcopal es un tesoro espiritual en el espectro del cristianismo, una forma sacramental y generosa de vivir el Evangelio de Jesús que tiene un valor inestimable.
Hay expresiones asombrosas de esperanza y vitalidad en toda la diócesis, por las cuales le doy gracias a Dios, y hay lugares en los que estamos, de una manera u otra, estamos un poco estancados y, a veces, agobiados por los desafíos que enfrentamos, sin mencionar los desafíos en nuestras comunidades y en la nación en general.
Todas estas cosas estaban en mi mente cuando, poco después de la reunión con el Obispo Primado, esta maravillosa diócesis me concedió un sabático de tres meses. Durante ese tiempo, estudié iglesias no Episcopales a lo largo de los límites geográficos de nuestra diócesis, iglesias que están prosperando dentro de la tierra real que compartimos con ellas. Me presenté a sus líderes, estudié sus ofrendas, aprendí todo lo que pude sobre la forma en que están estructurado su ministerio. En cada iglesia, me recibieron con calidez, respeto y ganas de compartir.
Podría hablar extensamente sobre lo que aprendí y cuánto tenemos que aprender de nuestros hermanos en Cristo de otras tradiciones. Pero mis aprendizajes, por importantes que sean, no fueron el fruto más importante de mi tiempo aparte. Esa fruta era más personal.
Jesús quería tener algunas conversaciones conmigo sobre nuestra relación. Reconocerían de las Escrituras algunas de las preguntas que le oí preguntar: preguntas que he circulado en torno a mi vida: “¿Me amas?” “¿Quién dices que soy?” “¿Qué quieres que haga para ti?”
En largos períodos de silencio, Jesús e yo miramos hacia atrás juntos durante los siete años que he servido hasta ahora como su obispa, que fue un ejercicio de humildad y gratitud, humildad por mis errores y todo lo que todavía estoy aprendiendo, y gratitud por el privilegio de este trabajo y por ustedes. “¿Todavía me sentí llamada a este trabajo?” No estoy segura de quién hizo la pregunta primero, Jesús o yo, o mi dulce y sufrido esposo Paul. Pero fue una pregunta fácil de responder. Sí, sin dudarlo. Porque amo a Jesús. Me encanta la Iglesia Episcopal. Me encanta servir como su obispa, y los amo.
Entonces Jesús e yo miramos hacia el futuro. “¿Qué clase de obispa necesitas que sea?” Le pregunté. “¿Qué tipo de obispa necesita la Diócesis de Washington ahora?” Tenía la firme sensación de que la diócesis necesitaba un tipo diferente de liderazgo en los próximos siete años, pero ¿podría ser ese líder? ¿Cómo necesito cambiar y crecer?
“Estás tratando de hacer esto demasiado con tu propia fuerza y poder,” me dijo Jesús. No hay sorpresa allí; es, para citar a San Pablo, “el pecado que vive dentro de mí.” “Permanece en mí,” dijo Jesús, “y pide ayuda a nuestra gente.”
Lo que se me ocurrió no era que necesitaba hacer un cambio en la dirección o la iniciativa, sino que necesitaba volver a dedicarme a Jesús y las prácticas espirituales que me mantienen cerca de él. Y que necesitaba su ayuda para aclarar nuestra visión y prioridades para la próxima temporada de ministerio juntos. Así, cuando regresé de mi sabático, pedí a los líderes diocesanos que establecieran un proceso para evaluar dónde estamos ahora, nuestras fortalezas y desafíos, dónde vemos la fructificación en nuestros ministerios y donde luchamos, y luego juntos nos comprometemos a un acuerdo mutuo, una visión discernida del futuro preferido de Dios para nuestra diócesis. Estoy convencida de que este trabajo se realiza mejor teniendo en cuenta los contextos distintivos de cada región geográfica y circunscripción, construyendo sobre el trabajo que hemos comenzado, para que podamos establecer prioridades y metas particulares para cada uno y dirigir los recursos y las energías en consecuencia.
Este es el trabajo de la planificación estratégica, que de alguna manera es una expresión organizativa de una regla de vida, una forma de enfocar nuestras energías y prácticas hacia una mayor salud y vitalidad. Varias de nuestras congregaciones más fuertes se involucran en este trabajo regularmente; algunos de ustedes están en una temporada de planificación ahora. Nuestras escuelas hacen este trabajo como una cuestión de curso. La Catedral Nacional de Washington acaba de completar la fase de discernimiento de su plan estratégico y ahora está estableciendo estructuras para su implementación.
Ahora, por primera vez, escuché a Tony Morgan pronunciar la frase “santa interrupción” en una conferencia de líderes en 2017. Se paró en un escenario frente a casi 2000 personas y en una pizarra dibujó una curva de campana simple.
“Soy el director fundador de una organización que ayuda a las iglesias a despegarse,” dijo. “Hemos trabajado con cientos de iglesias de todos los tamaños, denominaciones y en diferentes entornos. Lo que hemos aprendido es que todas las iglesias experimentan un ciclo de vida similar, y él procedió a describir las fases de ese ciclo: Lanzamiento / Crecimiento momentáneo / Crecimiento estratégico / Salud sostenida / Mantenimiento / Preservación / Soporte vital.
Cuando Tony describió la experiencia de las iglesias y cómo funcionan en cada etapa del ciclo de vida, reconocí a nuestras congregaciones tanto en sus oportunidades como en sus luchas. Me intrigaron las sugerencias prácticas y específicas que Tony ofreció para apoyar a las congregaciones en etapas de impulso y salud y para salir del estancamiento y el declive. Siempre hay esperanza de transformación y vida nueva, sin importar dónde se encuentre una iglesia en el ciclo de vida. pero pasar del mantenimiento y la preservación al crecimiento del impulso y la salud sostenida requiere más que esperanza, más que esforzarse más en las cosas que ya no están dando frutos.
Invité a Tony a hablar en nuestra conferencia del clero en la primavera pasada, y muchos respondieron positivamente a sus ideas y las compartieron con sus miembros. Varios preguntaron si podríamos traer de vuelta a Tony y organizar grupos de aprendizaje. Basándonos en esa respuesta, decidimos invitar a Tony a hablar en el evento previo a la convención de la noche anterior: todo esto con la esperanza de que pueda encontrar esperanza e inspiración y sugerencias concretas para avanzar o mantener el impulso y la salud.
Cuando comenzamos a buscar orientación profesional para ayudarnos en el trabajo de planificación estratégica, el Grupo Unstuck presentó una propuesta que fue la que aceptamos. Me atrajeron a ellos debido a la naturaleza práctica basada en la realidad de su enfoque. Trabajar con ellos le dará a cada congregación que elija participar una oportunidad de autoevaluación y aprendizaje colaborativo.
¿No sería increíble para nosotros poder decir en tres o cinco años, “Aquí están los frutos de cuidar nuestra tierra, los frutos del crecimiento espiritual, las congregaciones más vibrantes y un compromiso más profundo en nuestras comunidades, en fidelidad a Jesús y su misión de amor?
Amigos míos en Cristo, invitó a todas las congregaciones representadas aquí a participar en esta temporada de discernimiento colectivo y planificación estratégica. Solicito su ayuda, emocionada por las posibilidades de lo que podría ser cierto para nosotros en los próximos años. También quiero ser la clase de obispa que es responsable por Dios y por ustedes antes la misión, la visión y las prioridades colectivas que discernimos juntos.
Entre los primeros pasos: todos los líderes de la congregación: el clero, los guardianes y los miembros de la junta parroquial pronto recibirán una invitación para realizar una evaluación en línea para determinar, a grandes rasgos, dónde se encuentran sus congregaciones en el ciclo de la vida. También se le dará acceso gratuito a un curso en línea patrocinado por el Grupo Unstuck, para obtener más información sobre su proceso y sugerencias específicas para cada etapa del ciclo de vida. Para aquellos que deseen comprometerse más profundamente con su propio trabajo como congregación, existe la opción de un proceso estratégico de un año para usted y la oportunidad de formar cohortes de aprendizaje con otros líderes congregacionales.
Estamos en el proceso de establecer equipos de liderazgo en cada región de la diócesis. En los próximos dos meses, cada equipo determinará la mejor manera de involucrar a las congregaciones regionales y convocar una sesión de descubrimiento. Es una oportunidad para que los líderes de la congregación oren juntos, compartan sus experiencias y escuchen el llamado de Dios.
Cuando las sesiones de descubrimiento se completen en algún momento a fines de la primavera, uno o dos líderes de cada región se unirán al personal diocesano para un retiro de 2 días, para orar y reflexionar sobre todo lo que hemos aprendido en el proceso de descubrimiento. Ese grupo comenzará el proceso de articular la misión principal de las congregaciones en la Diócesis de Washington, una visión colectiva del futuro preferido de Dios para nosotros, e identificará objetivos específicos para los próximos tres a cinco años. Luego volveremos a cada una de las regiones para sus comentarios y refinaremos los objetivos para cada una de las regiones. Si Dios quiere, completaremos esta fase para el otoño de 2019 y comenzaremos a estructurarnos y equiparnos para el trabajo de implementación. El éxito de nuestros esfuerzos depende de la gracia de Dios y de la guía del Espíritu Santo, y de nuestra voluntad colectiva de participar. “Caminaremos juntos hacia el Reino de Dios”, en palabras de Daniel Barigan, “O no entraremos en absoluto.”
Todos los domingos, mientras hago mis visitas a las congregaciones de nuestra diócesis, le pido a Dios que me permita ver a cada persona como Dios las ve, para que pueda animar y alentar a todos los que conozco. Pido que Dios me dé un vistazo del futuro preferido de Dios en ese lugar. Invariablemente, lo que veo y escucho en la hermosa diversidad de nuestra gente es la alegría. Veo a nuestros líderes libres de invertir en el ministerio, con edificios y estructuras con los recursos adecuados para servir a ese ministerio. Escucho a las personas hablar con confianza de sus viajes de fe y relación con Dios en Jesús. Siempre veo a niños, ancianos y todas las edades intermedias, y signos evidentes de un enfoque externo, servicio activo, compromiso y el trabajo necesario de la justicia.
Ya hay, en cada lugar, los frutos de una buena tierra, cultivados durante generaciones, y en cada lugar, existe la necesidad de seguir atendiendo nuestro tierra. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros: cada uno de nosotros tenemos partes de nosotros mismos que son como la buena tierra en la parábola de Jesús y otras partes que necesitan ser atendidas. Lo mismo es cierto para nuestra diócesis en su conjunto.
Que Dios nos guíe y nos sostenga a todos en esta temporada de hacer un balance de nuestra tierra–individualmente, en nuestras congregaciones y como diócesis–y trabajando juntos para cuidar esa tierra, le prometo a Dios y a ustedes todo mi esfuerzo para estar entre ustedes como co-jardinera en el cultivo de una buena tierra, no hagamos este trabajo con nuestra propia fuerza y poder, sino confiando en Jesús, que nos promete a todos que es esto: si permanecen en mí, y yo en ustedes, darán mucho fruto y todos sabrán que son mis discípulos. Ámense los unos a los otros como yo los he amado. El mundo sabrá que somos cristianos por nuestro amor.
by Bishop Mariann | Jan 24, 2021
The word of the Lord came to Jonah a second time, saying, “Get up, go to Nineveh, that great city and proclaim to it the message that I tell you.” So Jonah set out and went to Nineveh, according to the word of the Lord. Now Nineveh was an exceedingly large city, a three days’ walk across. Jonah began to go into the city, going a day’s walk. And he cried out, “Forty days more, and Nineveh shall be overthrown!” And the people of Nineveh believed God; they proclaimed a fast, and everyone, great and small, put on sackcloth. When God saw what they did, how they turned from their evil ways, God changed his mind about the calamity that he had said that he would bring upon them; and he did not do it.
Jonah 3:1-5, 10
Now after John the Baptist was arrested, Jesus came to Galilee, proclaiming the good news of God, and saying, “The time is fulfilled, and the kingdom of God has come near; repent, and believe in the good news.” As Jesus passed along by the Sea of Galilee, he saw Simon and his brother Andrew casting a net into the sea–for they were fishermen. And Jesus said to them, “Follow me, and I will make you fish for people.” And immediately they left their nets and followed him. As he went a little farther, he saw James son of Zebedee and his brother John, who were in their boat mending the nets. Immediately he called them; and they left their father Zebedee in the boat with the hired men, and followed him.
Mark 1:14-20
Friends of St. Francis’ Church, I’m very happy to worship with you this morning, and it is a special honor to preside at this service of Confirmation with those physically present here, surrounded by those engaging virtually. I pray that today is a particular blessing for those being confirmed, that you may feel the power of God’s blessing for you, and hear in your own way God’s voice saying that you are His beloved; and with you, he is well pleased.
I’d like to speak to you about an aspect of the life of faith that makes faith real, in the sense that God becomes real. This is when we hear or sense a call inside–someone or something calling us by name, asking us to do something specific, or pursue a particular path. The call comes, in part, as an answer to the question, “Why am I here?” Or it can come in response to a longing inside, or something that makes us feel most alive. Sometimes it sounds like a voice, as clear as that of a person speaking. Sometimes it’s more like an intuition or falling. Other times it’s something that awakens in us the desire to do the same thing. And on occasion, the call comes and it is the exact opposite of what we want to do, but we feel somehow that we must do it anyway.
The title of my sermon is “Getting to Yes.” What does it take for us to say yes when we sense that we’re being called or asked to do something? For the record, I’m talking about deeper things now, not like being asked to set the table or take out the garbage, as important as daily chores are, nor the call to be a good person–to be kind and generous. No, the experience I’m speaking of is more consequential, when we’re at a decisive moment and feel the need to make a choice. These decisive moments don’t come around every day, but when they do, a lot rests on whether we say yes or no.
The passage we just heard read from the Book of Jonah begins with this sentence, “The word of the Lord came to Jonah a second time.” In that word the Lord told Jonah to go and preach a warning to the people of the city of Nineveh.
The second time God called, Jonah said yes. He got up, went to the city of Nineveh, and warned the people there that they faced God’s judgment if they did not change their sinful ways. To God’s astonishment and Jonah’s disappointment, the people of Nineveh listened, repented, and began the painful process of amending their lives. God, in turn, had mercy on them.
If we continued reading the story, we’d learn that Jonah wasn’t pleased about God’s mercy–it didn’t seem fair to him that the Ninevites would get off so easily, and he sulked about it afterwards. Yet despite his reluctance and lack of charity, Jonah said yes when God called. He did his part, and an entire city was spared.
That was the second time God spoke to Jonah. Does anyone remember what happened the first time God spoke to him?
Jonah said no. He said no and then ran away. He went so far as to board a boat and set off to sea, hoping to get as far away from God and the Ninevites as he could. But then a mighty storm threatened to sink the boat, and Jonah realized that the storm was an expression of God’s disappointment in him. He told his shipmates to throw him overboard, which they did, and the sea calmed. God then sent a large fish out to swallow Jonah, and he lay in the belly of that fish for three days before he finally decided that doing what God asked of him, however unpleasant, was better than remaining where he was. So he cried to God, God heard him, the fish spat him out, and as we picked up his story this morning, the word of the Lord came to Jonah a second time. This time Jonah said yes.
The moral of the story: when God calls, yes is a better answer than no, but getting to yes isn’t always easy. It isn’t easy for all sorts of reasons.
For Jonah, who was a bit of a grump, it wasn’t easy because he knew that God would relent and be gracious to the Ninevites as soon as they said they were sorry, and he didn’t want anything to do with that kind of indulgent compassion. Eventually he would need some of that compassion for himself, which is another lesson from the book of Jonah, and perhaps a sermon for another day.
Today’s sermon is about getting to yes.
According to the story we read from the Gospel of Mark, four men immediately said yes when Jesus called them to follow him. No questions asked–they just got up and went.
Sometimes when God calls, we’re like Jonah and our first answer is no. Sometimes we’re more like the four fisherman and we say yes–immediately, as if we had been waiting all day for the invitation.
It’s not uncommon in childhood and adolescence to respond immediately to a sense of call. An actress whose name is Sandra Bernhard knew, at age 8, when she saw another actress, Carol Channing, perform live that she, too, belonged on stage. I once heard a radio interview with Benny Golson, a world famous saxophone player, who said that he knew he wanted to play the saxophone from the first time he saw a live jazz performance when he was 14 years old.
Maybe it was like that for Simon and Andrew and James and John–that they knew the minute Jesus called them that they wanted to follow. But it could also be true that they had been preparing for that moment, perhaps without knowing it, that something was stirring in them long before Jesus met them on the shore. Benny Golson, after all, had been studying classical piano since he was 4. Music was his soul. What the saxophone moment clarified was how his soul would find its expression.
The Jesuit priest and author James Martin wrote a book a few years ago entitled Jesus: A Pilgrimage, which is a good one to read if you want to get to know Jesus better. In a chapter entitled “Galilee” he considers the call of Jesus’ first four disciples–Andrew and Simon, James and John. He points out how difficult it would have been for them to leave everything behind to follow a man like Jesus. These were settled men with commitments and responsibilities. We know that Simon was married, and that James and John were part of their father’s household and fishing enterprise. So how do we make sense of their decision to drop everything and follow Jesus?
Martin considers several possibilities, but in the end he suggests this: They said yes because they were ready. Jesus came to them at a time when they were ready to make a change. He uses a Greek word to describe their experience–kairos, which refers to a particular kind of time that is full of potential and possibility, the exact right time to make a move. “We know what those moments are like,” Martin writes, “It’s as if we’re waiting for someone to say that it’s okay to say yes. For the fisherman on the shore, this was their kairos moment.”1
So what does it take for us when we hear a call to get to yes? If our first answer is no, is that, as they say, our final answer? If our answer is yes, what is being awakened inside us? How do we know when we’re ready to say yes?
A Quaker author and teacher, whose name is Parker Palmer, believes that our truest callings come from within, as an expression of who we are, rather than what we think our lives ought to be. He came to this belief the hard way. For he had spent much of his young life imitating the lives of his heroes, conjuring up the highest ideals he could imagine and then tried to conform to them. Even as he enjoyed some success, inside he knew that something was wrong. He was trying to live someone else’s life, not his own. Eventually he got really sick, and as he recovered, he realized that before he could tell his life what he wanted to do with it, he had to listen to his life telling him who he was.2
Part of getting to yes involves listening to our lives deeply enough to know who we are, both in strength and weakness, way down deep. For when a call speaks to us at that level, it can set us free. But we’ll only hear it if we have been listening there.
Another way we get to yes is to approach the struggles and challenges of our lives with a spirit of creativity and imagination. This is especially important when we feel kind of stuck, when nothing significant seems to be happening, when there is no drama at all, no big change on the horizon, no matter how much we’d like one.
A photojournalist who has worked much of his career for National Geographic, Dewitt Jones, describes this approach to life as everyday creativity. Using his own work in photography as a metaphor, he says that most problems we struggle with can, in fact, be solved if we’re willing to change our lenses; if we change, in other words, the way we see our struggles and their surrounding context. “There is always a third way,” the Swedish diplomat Dag Hammarskjold used to say in response to polarized conflicts, and the same idea is at work here. Dewitt Jones’ mantra is, “There is always more than one right answer.” With a change of lens, a change of perspective and focus, we can see the same problem or struggle from a completely different angle. New vision, or new perspective, frees us to consider any number of ways to deal with our challenges.3 Then we might hear a new call in the midst of seemingly unchanging circumstances.
He also speaks of putting ourselves in the place of most potential, which is one way we can prepare for a new call in the future, so that when it comes, we are ready.
Getting to that place of most potential in itself requires readiness, for to do so we must broaden our horizons, and also improve our skills and capacities. We can’t wish ourselves into great potential, we need to grow and actually get better at the things that we do. Meanwhile, we pay attention and watch for opportunities when they arise. That might involve stepping out of our places of comfort, being willing to make mistakes and learn from them; following whatever light we’re given as far as it will take us, trusting that more will be revealed in time.
So when at last the call comes, by way of a summons, an invitation, a phone call, or the example of another doing exactly what we know what we were made to do, it might feel immediate, like a gift falling from the sky, but we’ve been preparing for it for a long time. As a quote that hung over my desk reminded me every day, “Overnight success generally takes about fifteen years.”
I don’t know what getting to yes would look like for you, what God is asking of you, or preparing you for, and where you are in the arc of the process of preparation for that yes. But I do know that it’s perhaps one of the most important spiritual questions that we can ask, and I am here to cheer you, to encourage you to listen to your life. Remember that not all time simply passes, one minute just like the next; time can also be full of opportunity and meaning. But it won’t be unless we’re ready for it.
What do you need to do to get ready? Is it time to put yourself in a place of great potential? And what might that be? For those of you being confirmed today, I pray that you experience this moment as a time of deep blessing, God saying yes to you, that you are loved, prized, and here for a reason. You have unique gifts to share in this world; you are, in fact, the gift. There will be times in the future, as there must have been already in your past, when God will call you by name, and ask you to rise up and go, or to do something hard, or to follow a distant star. If you don’t say yes right away, chances are good that God will find you, as God found Jonah, and call again. But then again, you might be ready for something you didn’t even know that you were waiting for.
Be of good courage. Trust the voice inside. The world needs you. God is hoping that you will say yes.
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1 James Martin, Jesus: A Pilgrimage (New York: HarperOne, 2014), 135-140
2 Parker Palmer, Let Your Life Speak: Listening for the Voice of Vocation (San Francisco: Jossey-Bass, 2000)
3 Dewitt Jones, Seeing the Ordinary as Extraordinary (accessed January 24, 2015)