Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza.
Salmo 23
Si estás en la iglesia este domingo, lo más probable es que escuches el más querido de los salmos que comienza diciendo El Señor es mi pastor; nada me falta, y un pasaje del Evangelio de Juan en el que Jesús compara su ministerio con el de un pastor que conoce a sus ovejas por su nombre.
Es una de esas imágenes bíblicas que claramente se han quedado grabadas, dada la infinidad de formas en que se representa a Jesús en la cultura eclesiástica como un pastor, a menudo con un cordero joven llevado en hombros. No hace falta vivir en un entorno rural de cría de ovejas para entender por qué. Un pastor, a diferencia de un ladrón, es alguien que realmente cuida de las ovejas.
Cómo necesitamos todos escuchar eso. Dios, revelado a nosotros en Jesús, se preocupa.
Piensa en lo que significa estar en presencia de alguien que se preocupa por ti incondicional y completamente, que se deleita en tus logros y que está ahí para ti en los momentos difíciles. O lo que es cuando tú eres esa persona, tan llena de amor por otra que harías cualquier cosa para apoyarla, animarla y afirmarla.
Pensar en Jesús como Buen Pastor fue fácil para sus primeros discípulos porque sabían cómo se sentían a su alrededor, cómo encarnaba la compasión, el perdón y la justicia aparentemente infinitos. Incluso después de su muerte, los discípulos de Jesús sintieron su presencia con ellos, lo que les permitió superar sus miedos y amar con la misma valentía con la que él les había amado.
El mundo no cambió porque Jesús estuviera con ellos, pero ellos cambiaron. Sintieron su fuerza; sintieron su amor y su perdón. No estaban solos.
Conocer algo del amor de Dios y la presencia permanente de Cristo es la experiencia fundacional de la fe cristiana. No es que no puedas ser cristiano sin conocer el amor divino por ti mismo, pero no serás uno muy convincente, porque el amor – en sus múltiples formas– es lo único que le importa a Dios. Jesús vino a mostrarnos a todos cómo es el amor de Dios en forma humana.
Esta es una verdad a la que debemos aferrarnos: cuando la vida se pone realmente difícil, o incluso un poco difícil, Jesús está ahí para nosotros de una manera que supera la comprensión humana. Él dice nuestro nombre. Nos da fuerza. Camina con nosotros, como escribe el salmista, “por el valle de la sombra de la muerte”. No nos libramos del valle, pero no lo atravesamos solos.