María le preguntó al ángel: ¿Cómo va a suceder esto, puesto que soy virgen?
Lucas 1:34
La nuestra no es la primera generación que se hace preguntas sobre la fe. Toda la vida cristiana se basa en el testimonio de nuestros antepasados espirituales, que se atrevieron a proponer sus preguntas en momentos cruciales, cuando se enfrentaban a decisiones trascendentales.
Entre las preguntas de fe que he recibido en respuesta a mi invitación de principios de noviembre, una resuena con las que encontramos en los relatos bíblicos del nacimiento de Jesús, formuladas por quienes se sentían convocados a una narración más amplia:
¿Cómo escuchas al Señor?
¿Cómo sabes lo que Él quiere que hagas y no lo que tu voz interior quiere que hagas?
Como en todas las preguntas relacionadas con la presencia y el poder de Dios, se requiere humildad. Rara vez deberíamos decir con autoridad definitiva que conocemos la mente de Dios por nosotros mismos o por cualquier otra persona. Escuchar la voz de Dios es una experiencia tentativa, incluso en nuestros encuentros espirituales más poderosos. Siempre existe la posibilidad real de que estemos equivocados en nuestra interpretación de lo que oímos o sentimos como un llamado de Dios.
Al mismo tiempo, cuando nos abrimos al misterio de la comunicación divina, que está en el corazón de la oración, hay ciertos puntos de referencia y percepciones de nuestros antepasados espirituales que nos guían.
El primer punto de referencia que puedo mencionar por experiencia es que la “voz” de Dios, si esa es la palabra adecuada, es decididamente distinta de la mía. A veces, el mensaje llega internamente: una intuición, un pensamiento o un empujón para avanzar en una dirección determinada. Con la misma frecuencia, oigo lo que parece ser la voz de Dios hablada a través de otra persona, o en los acontecimientos de la vida.
Así ocurre también en los relatos de Navidad de las Escrituras. Por ejemplo, el Señor habla a la joven María en la forma de un ángel – un mensajero exterior– con el que María se siente perfectamente libre para inciar una conversación real. Le pregunta sin miedo. ¿Cómo es posible? Lo que es imposible para María, responde el ángel, no es imposible para Dios. Un buen recordatorio para todos nosotros.
Y como oiremos en la iglesia este domingo, la voz de Dios habla a José a través de un sueño, sugiriéndole que haga exactamente lo contrario de lo que había planeado. Las Escrituras no nos dicen cómo se sintió José ante el mensaje de su sueño; sólo que cambió de rumbo como resultado de lo que oyó.
También está la historia de los sabios de Oriente que se sintieron convocados por una estrella.
En cada relato, el mensaje procedía de una fuente que los que lo recibieron experimentaron como algo que iba más allá de ellos mismos: no su propia voz, sino otra.
Una vez más, la humildad es esencial en este caso. A menudo nos equivocamos y nos dejamos influir fácilmente por fuerzas externas, o por ilusiones internas, que no proceden en absoluto de Dios. Sin embargo, seríamos igualmente insensatos si ignoráramos las formas en que sentimos la presencia de Dios guiándonos y animándonos a lo largo de la vida. Al igual que nuestros antepasados espirituales, que fueron lo suficientemente valientes como para dar pasos fieles en respuesta al llamado que recibieron, estamos más vivos cuando caminamos por fe y vemos adónde nos lleva el viaje.
Tuve la suerte de estar entre el clero de EDOW que se reunió esta semana para un Día de Silencio de Adviento. Nuestro líder, el Rvdo. Martin Smith, nos pidió que reflexionáramos sobre la pregunta: “¿Qué quiere ser Cristo para mí en este momento?”. Sugirió que reflexionáramos sobre el himno celta que nos recuerda las diversas direcciones de las que puede venir la ayuda de Cristo:
Cristo conmigo, Cristo dentro de mí,
Cristo detrás de mí, Cristo delante de mí,
Cristo a mi lado, Cristo para ganarme,
Cristo para consolarme y restaurarme.
Cristo debajo de mí, Cristo encima de mí,
Cristo en la tranquilidad, Cristo en el peligro,
Cristo en los corazones de todos los que me aman,
Cristo en boca de amigo y forastero.1
Los modos en que escuchamos y experimentamos a Cristo varían según nuestros temperamentos y circunstancias. Estos días santos de Adviento y Navidad pueden ayudarnos a estar abiertos a recibir lo que Cristo quiere que recibamos, y a confiar en que lo que Cristo nos pide nunca está lejos de lo que Cristo quiere que experimentemos como aquellos con quienes se complace en habitar.
1Palabras atribuidas a San Patricio.